...la patria a Morazán, agradecida.
Plaza mayor capitalina. Para unos, los hondureños en general, imagen fiel de José Francisco Morazán Quezada, manufacturada en la casa Thiébaut Hermanos por el escultor "Morice". Para otros, el mismísimo mariscal Ney, que la encomienda de frescales destacada a París para adquirir la estatua, habría fundido en francachelas los fondos para la fundición y se habría satisfecho con cargar a bajo precio -corrían los años de la caída del Imperio- con un bronce del prócer napoleónico a la sazón arrumbado. Morazán, criollo sin más letras regladas que la primeras, aprendió algunas otras empeñado de zurupeto de escribanía y asistente luego del corregidor de Tegucigalpa, lo que le dio viento para enfrentarse al emperador mexicano Agustín de Iturbide, que si Honduras no dependía de España, por qué iba a hacerlo de los vecinos del norte, y dar puñadas, sin fortuna pero con brío, por el imposible de lograr la unidad de los paisitos centroamericanos. Si Morazán no nació entre blondas, Ney era hijo de un tonelero lorenés. Y allí está, como la Puerta de Alcalá, pero al otro lado del charco, con sus águilas y sus galas bonapartianas. Fuera lo que fuera, por qué no unirnos a la gratitud de los hondureños a su líder preclaro: la patria a Morazán, agradecida.
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