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La turuta del Titanic

Dosis dura de incorrección política:

Extractos del libro
LA COLONISATION DE L’EUROPE
Por Guillaume Faye (2000)


La guerra étnica ha comenzado. Por lo bajo. Y, año tras año, se amplia. Por el instante, ha tomado la forma de una guerrilla urbana larvada: incendios de automóviles o de comercios, agresiones repetidas de europeos, ataques al transporte público, emboscadas a la policía o a los bomberos, razzias desde los suburbios hacia los centros urbanos, etc...

Como demuestra un estudio sociológico encargado para analizar el fenómeno, la delincuencia de los jóvenes afro-magrebíes es también un medio de conquista de territorios y de expulsión de los europeos en el interior del territorio estatal francés. No está motivada únicamente por razones de simple criminalidad económica.

A partir de los suburbios, se crean enclaves o "zonas sin derecho", que se extienden como manchas de aceite hacia el exterior. Desde que la población alógena alcanzó cierta proporción, la delincuencia ha hecho emigrar a los "petits blancs", acosados por las bandas étnicas. (...) Se calculan en más de 1000 estas zonas en Francia.

El fenómeno de parcelación del territorio puede sugerir que estamos entrando en una nueva Edad Media. Pero también encubre un proceso de colonización territorial, proceso que hace pedazos las utopías izquierdistas del "mestizaje étnico".

Las élites intelectuales francesas, que suelen vivir en las caras barriadas reservadas a los blancos, siempre han propuesto el mestizaje social en las zonas urbanas. El mestizaje funciona de forma muy diferente entre las clases sociales de origen europeo.

Entre las élites, que niegan las diferencias étnicas, no existe problema alguno en abandonar amplias zonas urbanas a las mayorías emigradas. En estos casos se habla de "fractura social", cuando la realidad es que se agita una fractura racial y etno-cultural.

Los políticos invocan vagas causas económicas, cuando en realidad se agitan causas étnicas muy transparentes. Peor aun: culpabilizan de "petits blancs" a las clases populares, que se quejarían, por pura exageración, ante "fantasmas", por evidente racismo.

Ellos serían los responsables de la formación de "ghettos". (...) Pero, en propiedad, no se trata de ghettos, sino de territorios conquistados y de colonias. Un ghetto es una zona relegada a una población que sufre un ostracismo. Hoy, en Francia, son la poblaciones alógenas las que han conquistado, por la fuerza, sus espacios territoriales.

Hablar de ghettos es presentar a los inmigrantes como víctimas, mientras que por el contrario son los actores voluntarios de sus espacios autónomos.
Hablar de ghettos deja entender que se está hablando de miseria, de pauperismo en las "zonas sin derecho" cada vez más numerosas. Al contrario, la economía criminal, centrada en la droga y en la reventa de bienes robados, así como otros recursos legales o fraudulentos, hacen que estas poblaciones accedan a un nivel de vida confortable, a veces superior a los de un asalariado francés.

Las iglesias, la mayor parte de los partidos, una miríada de instituciones y asociaciones, el mundo del show-business, durante años, han abogado por la instalación de emigrantes, por la apertura de fronteras y por la inexpulsabilidad de los clandestinos. ¿Animados por un cierto etnomasoquismo? ¿Por xenofilia? ¿Por ingenuos adalides de la religión de los derechos humanos? ¿Por snobismo antirracista o políticamente correcto? ¿Por voluntad deliberada de mestizar Francia y Europa, por odio a la "pureza étnica" europea? Sin duda, un poco de todo.

En todo caso se constata una mezcla de fatalismo cara a la inmigración incontrolada y ante la ya declarada incontrolable. Un fatalismo de pulsiones autodestructivas hacia el pueblo propio. "¡¡¡ Sí, invadidnos, nos hacéis un favor !!!"

En agosto de 1999, Yaguine y Fodé, dos colegiales guineanos, se introducían en el tren de aterrizaje de un airbús (...) y fueron encontrados muertos por hipotermia. Entre las ropas de uno de ellos, se descubrió una carta interesante (...) en ella pedían asilo por razones de guerra (no hay guerra en Guinea) y debido a la miseria de sus familias (las investigaciones demostraron que pertenecían a la clase alta de su país). Entre los creadores de opinión se dispararon las alarmas.

Si habían muerto dos niños, habían muerto por nuestra culpa, por nuestra negativa a acoger sin discusión a todos los "pobres" del continente negro. (...) Inmediatamente después, como demuestran los archivos, las llamadas asociaciones antirracistas se lanzaron en una campaña de crítica hacia los controles aduaneros en los flujos migratorios en Europa (los más laxistas de todo el mundo) y en una crítica de la egoísta Europa (cuando ahora que se agotan los fondos de ayuda al Tercer Mundo, Europa se ha mostrado la más generosa). Para muchos de los responsables MUSULMANES, el discurso consiste en forzar las puertas de Europa a cambio de un chantaje moral. Hablamos de la colonización por la mendicidad y la compasión.

El 4 de agosto de 1998, una adolescente menor de edad fue violada y después abominablemente torturada por dos jóvenes africanos que se la encontraron por la calle preguntando una dirección. Después de los hechos, orinaron simbólicamente sobre su cuerpo martirizado. La chica murió a causa de la hemorragia provocada.
Su calvario y su oración fúnebre se resumieron en dos líneas pintadas por los asesinos con la sangre de la chica en la pared, que aparecieron fotografiadas en el semanario "Le Parisién", el 05/08/98: "chiens écrasés" ("aplastad a los perros"). La chica no era guineana, sino polaca. Se llamaba Ángela... Para mí, la memoria de Ángela vale mil veces más que la de Fodé y Yaguine.

No me cansaré de señalar que la mayoría de los inmigracionistas colaboradores y sus cabezas de fila proceden de la burguesía o pertenecen a las clases sociales perfectamente preservadas del contacto con las poblaciones alógenas, totalmente protegidos de la criminalidad en general. Su desprecio, su ignorancia de las condiciones de vida y de cohabitación del pueblo europeo real, de los "petit blancs", es inconmensurable.

Esta nueva izquierda, convertida al capitalismo, defiende con garras un socialismo virtual y un inmigracionismo real. En este cocktail, es difícil adivinar la parte de imbecilidad, de altruismo alucinatorio, de snobismo antirracista, de etnomasoquismo y de (peor todavía) cálculo político. El sentimiento que domina entre los colaboradores es el mismo que atrapó a las élites declinantes romanas en el siglo III: la ruindad y la cobardía, (...) y un egoísmo indiferente hacia su propio pueblo y hacia sus generaciones futuras.

La historia retendrá que los europeos, y concretamente sus burguesías declinantes, fueron los primeros responsables de la colonización de Europa y de su submersión demográfica. Los inmigrantes del Tercer Mundo, que yo considero como el enemigo principal, desde su punto de vista tienen perfecta razón para invadirnos. Ellos rellenan un vacío, al igual que los americanos rellenan un vacío ante la ausencia de los europeos en los planes geopolíticos y estratégicos.

Los burgueses fueron los aliados de los ingleses en el siglo XV, como la izquierda fueron los primeros en claudicar en la II Guerra Mundial. Para resolver el problema, problema del que surgirá el caos, no hay otra solución, por un medio o por otro, que reducir al silencio a los colaboradores, a los lobbies inmigracionistas, que son las causa primera, tras 30 años, de nuestra colonización.

El enemigo-colonizador, es un enemigo estimable, un enemigo que juega su juego. Pero los colaboradores que atentan contra su campo, que apuntan sobre su propio objetivo, no merecen, como decían De Gaulle y el emperador Diocleciano, gracia alguna.

La política de ghettos es imposible: los territorios urbanos no son los suficientemente grandes, ni los medios de transportes lo suficientemente lentos para impedir las fricciones étnicas. Ciudades como Roubaix, Mantes-la-Jolie, Créteil, Le Val-Fourré, hoy en día son patrimonio de las poblaciones alógenas, no son ghettos, centros urbanos casi prohibidos a los europeos y focos de enfrentamientos raciales.

En América, las zonas de mayoría no-caucásica (que dicen allí) suelen estar rodeadas de cordones sanitarios y no ofrecen mayores problemas.
Los Estados Unidos, después de todo, desde su origen, son un país de inmigración y de impermeabilidad étnica; este es el fundamento de su contrato social. En Europa, el modelo de la cohabitación territorial de las etnias, como en el caso del Oriente Medio, es inaplicable e inviable.

La política del mestizaje étnico es también imposible; y no sólo en Francia, sino en todos los países del mundo. Presa de un repentino impulso de demagogia social, la alcaldía de París se embargó, durante los años ochenta, en construir bloques y barrios enteros, cómodos y a bajo precio, reservados, en nombre de una "discriminación positiva" que no se atreve a llamarse por su nombre, sólo a familias africanas y magrebíes, con el fin de "apaciguar las tensiones" y de "favorecer la integración" de estos "franceses de hecho".

Diez años después, podemos leer en la revista "Paris-Le Journal", editada por el ayuntamiento, las siguientes noticias: "La delincuencia continúa en progreso. 284.663 crímenes y delitos en 1998 contrastan contra los 272.145 denunciados en 1997. Esto señala un aumento del 4,6%, es decir, el doble de la media nacional (...) La delincuencia de los menores en las nuevas zonas de población en fuerte crecimiento" (nº94, abril 1999).
Y los progresos en la inseguridad de (en los colegios, en las calles, por robo o a mano armada) conciernen más exactamente a los distritos construidos bajo la legislación especial para inmigrantes que los edificados en los siglos XV, XVIII y XIX.

Tomemos el ejemplo de la nueva África del Sur, fundada sobre el mito de la cohabitación multirracial. Tras la abolición del apartheid y la instauración del poder negro, la inseguridad es tal, la criminalidad negra ha subido a tales alturas que los blancos, los asiáticos, los zulúes y los xhosas se atrincheran a cal y canto en sus zonas respectivas. La paradoja de la nueva Sudáfrica es que tras la abolición del apartheid, el apartheid es ahora un hecho más fuerte y presente que nunca.

En la vida, el hecho de reconocer que ciertos problemas no tienen solución, salvo la crisis, es una constante histórica. ¿Políticas de ghettos, políticas forzadas de mestizaje étnico? En los dos casos, un callejón sin salida.

Desalentado, Gérard Dezempte, alcalde por el gaullista RPR en una comunidad de 8.500 habitantes, Charvieu-Chavagneux, tomada por la criminalidad asfixiante, declaraba a la prensa en enero de 1999, con una lucidez poco corriente: "Si se desea luchar contra los ghettos, es preciso cambiar de legislación. Hoy impera una noción de tolerancia, y el desequilibrio racial es tan pronunciado que nos conduce progresivamente a la guerra civil. Mi ciudad sufre de hecho la guerra civil".

Para nuestra pequeña historia, anotemos que el consejo municipal de Charvieu-Chavagneux había votado, el 24 de septiembre de 1998, la organización de un referéndum sobe "la segregación de las poblaciones concernientes a las leyes HLM", llamadas por otro nombre poblaciones afro-magrebíes (MUSULMANAS).

El prefecto declaró las deliberaciones como ilegales, despreciando las 13.000 firmas presentadas por petición popular a favor del referéndum. Esta es la democracia moderna. ¿La "guerra civil", según las palabras de Gérard Dezempte...? Para salir de un atasco, es preciso construir accesos. Los medicamentos del "docteur République" ya han caducado. Es la hora de los cirujanos.

Desgraciadamente, esta "segregación" crearía un coste monetario asombroso para las arcas del Estado (la "politique de la ville" cuesta unos 20 millardos por año), pero se explica porque los franceses, de hecho, no soportan ya vivir en las zonas donde la concentración de afro-magrebíes es mayoría o es muy fuerte, por el hecho del comportamiento mismo de las poblaciones. Ningún voluntarismo estatal podrá hacer ya nada contra esta negativa a la integración, que ya no podrá ser más decretada ni financiada.

Es la lógica de los ghettos de Los Angeles, donde ningún coreano aceptará bajo ningún pretexto la instalación de ningún negro en sus zonas. Pero el Estado francés no ha admitido nunca las realidades étnicas, como otros negaron la esfericidad de la Tierra. Hablando de las "zonas desfavorecidas" (y por lo tanto irrigadas por la mano financiera de los contribuyentes), el diputado Cardo explica: "El mestizaje social avanza muy poco. Las minorías sociales (que en su lenguaje quiere decir "étnicas") se refugian en las zonas donde la vida es difícil y la inseguridad fuerte. Y es difícil hacer regresar a las gentes que abandonan esas zonas".

¿Por qué no reflexionamos sobre los hechos siguientes? Los polacos, los italianos, los portugueses, los españoles que inmigraron masivamente a Francia durante los años sesenta jamás necesitaron de "políticas de inserción" para participar en la vida económica, para formar parte del tejido social, para escapar a la delincuencia. Con los africanos y los magrebíes, la misma asistencia social no puede evitar su aserción. Y aquí se descubre un problema.

La ideología dominante no puede, evidentemente, admitir que la causa de esta inserción imposible no es ni social, ni económica, ni financiera, sino étnica. Si la inserción de los afro-magrebíes no funciona, no es porque la política de inserción esté equivocada, sino porque la misma inserción de estas poblaciones es consustancialmente imposible. La distancia etnocultural entre estas poblaciones y los europeos es demasiado extensa para que sea posible una cohabitación.

La misma perspectiva de ver crecer en Europa estos territorios, cada vez mas extensos, ocupados por comunidades alógenas que, a partir de estos reductos, quieren irradiarse, es inadmisible. Los poderes públicos se despreocupan de las dramáticas consecuencias que están creando.

Se aferran al dogma inefectivo de la integración y de la dispersión de la población contra la formación de ghettos, en nombre, por otra parte, de una política pro-islámica que es la menos efectiva para impedir la extensión de las "zonas sin derecho". Los poderes públicos, completamente desbordados e inconscientes del peligro, no realizan política alguna que no sea la del "dejar-hacer". Otros, más conscientes, dicen que estamos condenados a la extensión de las zonas territoriales alógenas. El propósito de este libro es dar a conocer las fórmulas que se oponen a lo inadmisible.

Al día de hoy están censados 4 millones de musulmanes en Francia. La cifra real posiblemente es más elevada, entre los 6 y 7 millones. El islam es la segunda religión de Francia. Más o menos existen unas 1430 mezquitas en Francia. Sus practicantes son jóvenes (mientras que los practicantes católicos son viejos), con un alto nivel de evolución demográfica, tanto por el flujo masivo de inmigrantes como por la alta natalidad de los islamistas. Si nada lo impide, el islam será la primera religión en Francia a partir del 2015.

Francia contiene más musulmanes que Albania y Bosnia juntas. En la Unión Europea, se estima que el número de musulmanes alcanza los 15 millones. Están en crecimiento en todos los países.

Afirmar hoy que "Francia no tiene trazas de devenir en una república islámica" es una afirmación tan ridícula como el afirmar en los años cincuenta que "Alemania no se reunificará jamás", o que "el comunismo no puede desaparecer".

Ninguno de mis propósitos es fijar una mirada de odio hacia el islam, el cual no siempre practica esta reciprocidad. En revancha, considero al islam como una grave amenaza y un enemigo, desde el momento en que esta religión de conquista procede a una instalación masiva y consciente en Europa. A un enemigo no se le desprecia, se le combate. Y cuando se estudia al combatiente, no deja uno de asombrarse por la ingenuidad de los intelectuales de hoy día, que le declaran tolerante, sin haberlo estudiado jamás.

Por lo mismo, se puede partir perfectamente de los valores del enemigo. Su carácter de enemigo viene de su puesto de ocupante. Se puede, como el islam, combatir y deplorar el materialismo y el individualismo inherentes al Occidente moderno, sin dejar de considerar que la instalación del islam en Europa es un acto de guerra, según los mandatos del Corán. Las palabras de alerta de Carl Schmitt se aplican magníficamente a todos los europeos tolerantes con el islam: "Si no eres tú quien decide quién es tu enemigo, y si te declaras su amigo cuando él ha decidido que eres su enemigo, entonces no podrás nada".

Contrariamente a la opinión de los islamófilos, el islam no es solamente una "fe universal", como el cristianismo, sino una "comunidad de civilización" ("umma") que tiende a la expansión. El proyecto implícito del islam en Europa es simplemente la conquista de Europa, como así lo estipula el Corán.

Ya estamos en guerra, y los europeos occidentales no lo han comprendido. Los rusos, por el contrario, sí. Porque el islam es un vehículo de valores trascendentes que propone una doctrina individual y colectiva en la cual las normas superiores e intangibles se imponen a los creyentes, dando así un valor a su existencia (...), pero el islam no corresponde en nada al espíritu europeo.

Su introducción masiva en Europa desfigurará la cultura europea más aun que el hecho de la americanización. Un dogmatismo reivindicado, una ausencia de espíritu faústico, una negación fundamental del humanismo (entendido como autonomía de la voluntad humana) en nombre de una sumisión absoluta a Dios, un rigidismo extremo de obligaciones y de relaciones sociales, un monoteísmo absoluto, una confusión teocrática de la sociedad civil, una reticencia profunda hacia la libre creación artística o científica, son los trazos incompatibles con la tradición mental europea, fundamentalmente politeísta.

Aquellos que creen que el islam pudiera europeizarse, adoptar la cultura europea, aceptar la noción de laicidad, cometen un grave error. El islam, por esencia, no aceptará ese compromiso. Su esencia es autoritaria y guerrera. (...) Dicho de otra forma, con la introducción del islam en Europa, se presentan dos riesgos: desfiguración o guerra.

En una primera etapa, el discurso del islam en Europa se hace relativamente tolerante. Los responsables musulmanes dicen "querer respetar las leyes de la República" y la laicidad, a pesar de que ello es totalmente incompatible con el Corán, pues allí no se acepta otro derecho mas que el derecho coránico, que también incluye el derecho civil. Se presenta con un mensaje que pertenece a la "estrategia del zorro" evocada por Maquiavelo.

Pero ya se elevan en Francia, como en Gran Bretaña, las voces que demandan para los musulmanes un derecho especial. Sus partidarios creen llegada la hora de afirmar estas reivindicaciones. Como veremos más adelante, el islam no revela jamás con franqueza sus intenciones a aquellos que considera enemigos, nosotros, los Infieles; este camuflaje es para ellos una obligación teológica y moral.

En un segundo tiempo, con el aumento constante de efectivos musulmanes por un vuelco del diferencial demográfico, los flujos constantes de inmigración, más la conversión de los autóctonos, Europa será declarada "tierra de conquista" por el islam, lo que constituye una revancha radical de las tendencias históricas de siglos pasados. Revancha contra las cruzadas y la humillación de la colonización, y conquista mediante un gran movimiento de expansión.

El islam es por esencia intolerante y su lógica es aquella, tan maquiavélica, de la utilización conjunta de la fuerza y de la astucia. La astucia se emplea siempre que los musulmanes son minoritarios y débiles, la fuerza, en el momento en que su dominación está asegurada. Es así que entre los inmigrantes árabe-africanos, el islam se piensa no como una religión de esencia espiritualista, sino como una autoafirmación étnica y de revancha frente a los europeos.

Más aún que el cristianismo, hoy muy debilitado, el islam es la religión por esencia de la verdad revelada e imperativa, y, con una conciencia ciega, siempre se cree en su derecho y justifica todos sus actos, hasta la exacción, cometidos en nombre de su expansión y de la gloria de Allah.

Los europeos, ingenuos defensores del islam, cometen el error de no conocer ni interpretar el Corán como un bloque sincrético, como un texto globalmente lógico, antes que como un texto de "varias lecturas", rico en interpretaciones.

Se subraya la "tolerancia y la fraternidad entre las religiones, la libertad de creencia" inscritas en los preceptos coránicos (sura II, 256); se insiste en el rechazo de todo integrismo y fanatismo, "el islam como comunidad del justo medio" (II, 143), o bien "el rechazo de la violencia en materia de religión" (II, 257).

El islam estaría unido a la compasión y al perdón de las ofensas, no se debe responer el mal al bien (XLI, 34; XXIII, 96; XII, 22), o bien el islam estaría unido a la humanidad hacia los enemigos, que obliga a todo musulmán a darles protección (IX, 6).

Estos versículos se contradicen con catorce siglos de comportamiento del islam, que privilegia la violencia siempre que las relaciones de fuerza le son ventajosas, que ignora el perdón y la compasión, que erradica o somete en ghettos a las otras religiones en los territorios que han conquistado, que no tolera bajo ningún concepto ni a los paganos politeístas ni a los ateos.

Estos versículos pacíficos son un engaño, una astucia. Teológicamente, en el Corán, son anulados por los versículos bélicos escritos con posterioridad, especialmente aquellos de la sura IV, sobre la cual hablaremos más adelante. (...)

De manera general, el islam no practica una política de paz y de tolerancia aparente sino cuando se encuentra en minoría. Varios países musulmanes, como Arabia Saudita, proscriben absolutamente la construcción de iglesias en sus territorios. La práctica de un culto cristiano está prohibida a los extranjeros residentes en el país.

En la mayor parte de los países musulmanes, la entrada o la residencia de sacerdotes cristianos es casi imposible, y todo proselitismo está rigurosamente prohibido, bajo pena de expulsión inmediata.

En Europa, el proselitismo musulmán está protegido y financiado (construcción de mezquitas) por los poderes públicos, confundiendo la laicidad con la ingenuidad. La regla de la reciprocidad que por siempre ha regido el derecho internacional no se corresponde aquí, y los europeos lo aceptan con toda naturalidad, en su demérito, esta regla del "dos pesos, dos medidas", que a los ojos musulmanes no es sino un signo de debilidad y de claudicación, que justifica y legitima la "voluntad divina" de su movimiento de conquista etno-religiosa de Europa.

En el espíritu del islam, el hecho de que los europeos no exijan a los países musulmanes la misma neutralidad laica, la misma libertad de culto que ellos practican hacia los musulmanes, significa aquí que "Los europeos saben que están en el error; ellos reconocen la superioridad del islam y ante la superioridad de Allah se postergarán ante nosotros reconociéndose Infieles y que es justo que sean para nosotros tierra de conquista"; estas palabras de un famoso imán egipcio fueron recogidas en el diario Al Ahram, de El Cairo.

Los europeos ignoran los mismos fundamentos del islam, especialmente el cínico imperativo de las tres etapas de conquista:

En un primer tiempo, la comunidad musulmana instalada en un territorio extranjero, al encontrarse en minoría, debe practicar el "Dar al-Sulh", la "paz momentánea", para que los infieles, en su ignorancia e ingenuidad, permitan el proselitismo islámico en su propio suelo, sin exigir ninguna reciprocidad en tierras musulmanas. Es la etapa que vivimos actualmente en Europa, que hace creer que un islam laico y europeizado es posible.

En un segundo tiempo, cuando la implantación de la comunidad islámica está confirmada, entra en juego el imperativo de la conquista y de la violencia. Es el "Dar al-Harb", donde la tierra de la infidelidad se convierte en "zona de guerra", y en la cual toda resistencia a la implantación del islam debe ser aplastada, ya que su número suficiente hace posible que los musulmanes abandonen la prudencia de los primeros tiempos de la conquista. Esta es la fase que no tardaremos en vivir: ya estamos viendo las premisas.

La tercera etapa es aquella en la que los musulmanes acaban por dominar. Es el "Dar al-Islam", el "reinado del islam". Los judíos y los cristianos son tolerados como minorías, sujetos a un derecho inferior como "dhimmis" ("protegidos") que les sustrae la mayor parte de sus derechos civiles; los paganos politeístas ("idólatras") y los ateos son perseguidos, y toda la población debe someterse a las reglas sociales del islam. Los no-musulmanes no pueden beneficiarse de una posición social dirigente.

En Marruecos, donde los cristianos eran tolerados y los judíos protegidos, ambos tienen ahora el mismo status de protegidos al finalizar el protectorado francés, aunque allí no se produjo ninguna guerra como en Argelia.

Para muchos actuales líderes islámicos mundiales, el objetivo declarado es imponer en Europa la ley del "Dar al-Islam". Hablamos de un proyecto planificado, de una voluntad política puesta en marcha, ya que Dios así lo ordena. El islam es un universalismo absoluto y proselitista con vocación imperativa de conquistar toda la tierra. (...)

Los años sesenta conocieron la revitalización de la potencia islámica, al final de la colonización europea. Hoy estamos en los tiempos del contraataque.

El proselitismo cristiano desea imponer una fe universal, pero el proselitismo musulmán desea implantar una civilización, un modo de vida y una sumisión política. El islam no es tanto una religión, en el sentido espiritual del término, cuanto un imperialismo político y étnico con la voluntad de implantar en todos sitios una civilización intolerante en la cual los musulmanes dominarían a todos los demás, como el hombre domina a la mujer. Pretender separar, en el islam, la política de la religión es completamente vano; ambas no son sino una sola y la misma cosa.

Los sermones de los imanes en las mezquitas de nuestros suburbios, que los islamófilos de salón no han entendido jamás, apelan abiertamente a la conquista del suelo francés y al trabajo proselitista de conversión.

Desde hace tiempo las noticias dan cuenta de ciertos imanes que predican directamente la violencia armada. Los curas, en su miserabilismo, hace ya tiempo que renunciaron a la conversión; en sus prédicas, al contrario, apelan al islam como una religión hermana, como un enriquecimiento.

Cuando se piensa que el ecumenismo jamás ha funcionado con los protestantes y los judíos, ¿cómo imaginar que pudiera ser posible con el islam? Es la fábula del pastor que deja entrar en el aprisco a los lobeznos; cuando crecieron y se convirtieron en lobos ya era tarde. Los prelados y los hombres políticos harían bien en releer de cuando en cuando a La Fontaine.

La doctrina de la cohabitación de comunidades es inaplicable al islam, al igual que al comunismo. Los partidarios del fulard, de los derechos específicos al culto musulmán, de una cohabitación armoniosa como una "piel de leopardo" según un confuso derecho a la diferencia, se equivocan de cabo a rabo. Porque el islam es visceralmente anticomunitarista y opuesto a todo derecho a la diferencia.

Su monoteísmo absoluto le ordena reinar sin oposición sobe la sociedad conquistada. Intrínsecamente, el islam se piensa a sí mismo como la única comunidad legitima, la comunidad de los creyentes, que posee el monopolio de la existencia y de la expresión, y donde las otras comunidades no pueden beneficiarse sino de un status inferior de infieles y tolerados.

Para el islam, una sociedad plural, tribal, caleidoscópica, es fundamentalmente impía; no es más que una transición para conseguir la dominación de una comunidad -la musulmana- sobre las otras, preludio para su eliminación o conversión.

Hoy día, los líderes musulmanes, en las sociedades europeas, juegan la carta de una coexistencia comunitaria, y proclaman sus sentimientos laicos. Pero no dejan de tener como objetivo a largo plazo la implantación de la "sharía", la ley islámica. La aceleración de la historia demográfica llegará a convencer a los más escépticos.

Desde su punto de vista, los paganos politeístas tolerantes y comunitaristas sufren una ceguera total. Estos levantan la voz contra la intolerancia republicana jacobina que pretende imponer su modelo asimilador; se elevan contra el culto de lo Único y contra este culto defienden la coexistencia del islam.

Pero, ¿Se han parado a reflexionar que el islam es la doctrina social y política más asimiliacionista que existe? ¿Saben que el islam es el más ardiente defensor de lo Único, que rechaza y refuta todas las diferencias? ¿Imaginan los defensores de el fulard en las escuelas republicanas que en los colegios coránicos de Francia las cruces, las estrellas de David, los martillos en miniatura, cualquier tipo de medallas y símbolos religiosos ajenos al culto musulmán están prohibidos sin apelación?

El islam funciona exactamente según el mismo principio totalitario que el comunismo. Al igual que éste, con sus doctrinas del proletariado como única comunidad, de la lucha de clases y del partido único, el islam tiene vocación de absorber todo el campo social y político. La visión de una sociedad de "libertad de comunidades" le es tan extraña como insoportable, tal como el multipartidismo lo es para el comunismo.

Durante los años cincuenta, los comunistas tomaron la consigna de no hablar de la dictadura del proletariado y la conquista de la sociedad, tal como los islamistas esconden hoy sus verdaderos objetivos, hablando de multipartidismo y de libertad de opinión. El comunismo se derrumbó, y el PCP es hoy un partido socialdemócrata. Para en el islam, una mutación tal es imposible. Marx está desacreditado, pero no es el caso de Allah.

La idea comunitarista propone una hipertrofia de la tolerancia. Frente al islam hoy en día, el comunitarismo recuerda las ingenuas reivindicaciones de los liberales a los partidos comunistas de la Europa oriental. El comunitarismo es una ilusión liberal fundada sobre la existencia de que la cohabitación es posible. Pero cuando el otro no se entiende contigo y no quiere cohabitar contigo, entonces es muy posible que te imponga sus exigencias. (...)

Desgraciadamente, aquellos intelectuales o políticos que defienden al islam no le conocen. Ignoran su naturaleza teocrática según la cual todo Estado es ilegítimo si no se rige según los preceptos de la religión islámica. Para un musulmán no pueden coexistir una ley laica neutral y pública y una ley musulmana fundada sobre la fe y que se extiende hasta el dominio privado. (...)

La fe y la ley son indisociables, lo cual significa que desde el momento en que la religión islámica deviene mayoría en un país, tal país debe abandonar sus costumbres legislativas y adoptar el derecho coránico. Si nada se le opone, si la lógica demográfica se consuma, el islam devendrá la religión mayoritaria en muchos países de Europa. Sería una estupidez pensar que entonces no pasaría nada...

Los europeos subestimamos la determinación islámica, su potencia y su peligro. Consideramos que son "una religión como cualquier otra", que se inscribe en un "nicho", como el judaísmo o el budismo, cuando en estas religiones no existe en absoluto la obligación del proselitismo. El islam no reposa sobre especulaciones, dudas, interrogaciones, abstracciones, sino sobre principios. Por definición, estos principios son intangibles.

En tanto que los europeos carecen de principios se arriesgan a la vez a ser víctimas del islam y a estar fascinados por él. Para hacerse respetar ante los musulmanes habría que hacerles respetar los mismos principios intransigentes que ellos manifiestan. Conviene sobre todo no mostrar ninguna debilidad, ninguna tolerancia ante sus exigencias. Es necesario instalarse en posiciones determinadas; si no es posible una cohabitación con el islam que planea la colonización de Europa, habrá que pensar en su expulsión.

El genio del Corán no reside en su espiritualidad religiosa, que es casi inexistente, sino en constituir el mejor tratado de estrategia de conquista geopolítica de la humanidad. El Corán supera con creces las obras de Sun-Tzu, de Maquiavelo o de Clausewitz.

La mayor parte de los europeos no se han dado cuenta, especialmente los islamófilos y los inmigracionistas, y que ninguno de ellos ha leído jamás el Corán, ni habla árabe, ni han puesto jamás sus pies en país musulmán alguno, excepto quizás en los suburbios de Club Med, ninguno de ellos vive en una cuidad con mayoría musulmana.

Para ellos, el islam, y toda la inmigración, son hechos abstractos, lejanos, simpáticos. Son gentes que viven una vida propia de las clases descomprometidas, virtual, alejada de la realidad; son gentes que se derrumbarán ante la realidad que se aproxima.

¿Qué nos depara el porvenir?, preguntaba Albert Kehl. "Un sobresalto de autoridad que traerá la calma, la obediencia a nuestras leyes, y por lo tanto el fatalismo instalado por un tiempo entre la población musulmana, el dejarse llevar, estallará en un punto de fanatismo declarando la conversión al islam o la condición de "dihimmis" de nuestro pueblo sobre nuestro propio suelo hasta los tiempos indefinidos.

La única solución verdaderamente eficaz, la única digna para nosotros, pueblos de Europa, pasa por el retorno a sus países de origen de la inmensa mayoría de los islamistas".

Se puede decir mejor, pero no más claro. Bien entendido, este género de propuestas es hoy considerado, en estos tiempos de neurosis etnomasoquista, como diabólico.

No es perverso el permitir que el enemigo nos conquiste, pero es perverso que nos defendamos. Bien, seamos perversos.

El islam está fundamentalmente atormentado por la idea de la guerra santa. Los conceptos de muerte, de venganza, de exterminio, de matanza son constantes en el Corán.

Quienes hablan del islam como una religión de paz y de cohabitación son precisamente aquellos que ignoran el islam. Los recientes sucesos en Afganistan y Argelia, las escenas de barbarie cotidiana, son un hecho consustancial al islam. No se trata de accidentes o de crímenes cometidos por falsos musulmanes, sino de un salvajismo inscrito en el cuadro teológico de esta religión. Se pretende hacer creer que existen un fundamentalismo extremista y un islam civilizado.

Se olvida que el mismo "islam civilizado" puede en cualquier momento devenir bárbaro, pues el Corán se esmalta con apelaciones a muerte contra los infieles o los traidores. El "no matarás" es una prescripción desconocida entre los musulmanes.

Para mostrar que no hablamos de fantasmas o de acusaciones malevolentes, veamos algunos pasajes del Corán, ampliados con unos comentarios.

Sura 2, versículo 190: "Y combatid en la senda de Dios a aquellos que os combaten"; sura IX, versículo 5: "...Y matadlos donde les encontréis, cazadlos, sitiadlos, preparadles toda clase de emboscadas".

Aquí se encuentra la justificación del mártir, una de las bases fundamentales del terrorismo islamista: "Que seáis muertos o que seáis matados, sí, es con Dios con quien os reuniréis. No penséis como en difuntos a los que han muerto en la senda de Dios (la guerra santa), al contrario, viven al lado de su Señor. Porque la vida presente no es sino un objeto de goce engañoso.

Aquellos que están expatriados, aquellos que han sido expulsados de su residencia, que han perseguido Mi sendero, que han combatido y que han sido muertos, Yo les haré entrar en el paraíso" (sura 3, versículos 158, 169, 185, 195). El morir en el nombre de Dios es la certidumbre de obtener el paraíso. La fuerza del islam reposa en estos simplismos brutales.

He aquí otros versículos, recogidos de las suras 4, 5, 8, 9, 17, 33, 47 (...)

"A quienquiera que combate, tanto si muere o vence, Nosotros le daremos un gran salario. No cojas amigos entre los infieles hasta que ellos acepten la senda de Dios. Pero si ellos se vuelven de espaldas, matadles entonces y donde les encontréis" (Se resalta la total ausencia de sentido del honor y la apología de la vileza al servicio del Dios recompensador).

"Por consiguiente, si ellos no quedan neutros ante vuestras consideraciones, no les tenderéis la paz y no les daréis la mano, sino que les matareis allá donde les encontréis. No son iguales los creyentes que se quedan sentados y los que luchan en la senda de Dios". Aquí se puede ver, en esta afirmación de la superioridad intrínseca del mudjadín, que la guerra santa es una etapa permanente, casi obsesional. El musulmán que combate, que milita, es superior a aquel que se contenta con practicar su fe.

"Y cuando os lancéis sobre el Mundo, no temáis que los infieles os pongan a prueba, los infieles son para vosotros, verdaderamente, enemigos declarados".

Triple alusión: en situación de debilidad, el musulmán puede practicar el engaño y no seguir su religión para así obtener ventajas, por otra parte todo ecumenismo con otras religiones está proscrito. La Iglesia católica es una ingenua... En fin, el deber del islam es la conquista.

Buena conciencia del combatiente -o del terrorista: "Cuando das muerte, no eres tú quien les da muerte, sino que es Dios quien les mata. Y cuando disparas (la flecha), no eres tú quien dispara, sino que es Dios quien dispara. Oh, Profeta, anima a los creyentes al combate".

(...) Conquista y guerra santa permanentes son preferibles al trabajo, a la perspectiva y a la fundación, a una civilización pacífica: "Oh, los creyentes. Partid en campaña en la senda de Dios. ¿Os agrada la vida presente? ¿Os pesa más la tierra que el más allá? Si no partís en campaña, Dios os castigará con un castigo doloroso. Ligeros o pesados, partid en campaña y luchad en la senda de Dios. Quienes se retrasan y se quedan sentados se oponen al mensaje de Dios y rechazan combatir en la senda de Dios. ¡Oh, los creyentes! Combatid a los infieles que se os acerquen, que encuentren en en vosotros la fuerza".

Es un hecho evidente que la mayoría de la población alógena, y más especialmente árabe-africana, que vive en Europa es apacible. Pero no es menos evidente que en los países más afectados por la emigración (Francia y Bélgica, particularmente), la mayoría de los actos delictivos violentos (hurtos, violaciones, agresiones, atracos y demás hechos diversos), de los crímenes de sangre y de los encarcelamientos conciernen a las poblaciones de origen inmigrante, especialmente árabe-africanos. Globalmente, una minoría de inmigrantes es criminal, pero la mayoría de los criminales son inmigrantes.

Es una cuestión de estadística y de matemáticas, no de ideología. Es lo que reconoció con cierto coraje Jean-Émile Vié, antiguo Prefecto, consejero de la Corte de Cuentas, relajado ya de sus obligaciones de reserva, cuando alertó: "Es necesario actuar con urgencia para evitar la constitución de milicias privadas y, a largo plazo, la guerra civil". Estoy convencido que en esta sociedad mutilada y desarmada, ningún poder público osará "actuar con urgencia", y que nos dirigimos a la guerra civil. Desgraciadamente, puede que sea la única forma de resolver el problema.

Las cifras cantan por sí solas. Según las estadísticas de la policía y de la gendarmería nacional, dadas a conocer por la agencia "AB Associates", en 1950 se registraron 500.000 "hechos delictivos", entre crímenes y delitos. Hoy hablamos de 4 millones, es decir, una progresión del 800% en 49 años. Pero es que no fue hasta 1964 que la delincuencia empezó a dispararse.

Las agresiones (censadas) contra las personas, menos de 50.000 en los años 50, se han multiplicado por 4,5 hasta hoy. En 1998, el 45% de los robos con violencia y el 15% de las violaciones fueron cometidos por menores de edad. En 1972, sólo en 2% de los delitos y los crímenes fueron cometidos por menores. En los casos de incendios y de chantajes, la proporciones de menores implicados se dispara hasta el 52%.

En cuanto a los delitos ligados al tráfico de estupefacientes, en el año 1998 la progresión fue del 43,5%. Todas las cifras son subestimadas, dado que la policía ignora la mayor parte de los delitos cometidos en las "zonas sin derecho", pues la mayor parte de las víctimas se niegan a hablar ante el temor de represalias.

Esta explosión de la criminalidad entre los menores alógenos se adapta perfectamente a la curva ascendente de proporción de menores de 18 años extranjeros en relación a la población general de la misma edad, lo cual concuerda con la tesis de que la explosión de la criminalidad juvenil, factor mayor de delitos en la sociedad urbana, tiene por causa directa la inmigración, la creciente presencia de jóvenes alógenos, mucho más que con factores socioeconómicos tales como "el declive de la autoridad paternal" o la "exclusión por el desempleo"

El brutal crecimiento de la criminalidad en los diez últimos años se explica por razones étnicas y demográficas, y no socioeconómicas. Los medios políticamente correctos sostienen como verdad irrefutable que la explosión de la delincuencia se debe al desempleo, a la precariedad y a la pobreza. Este sería el caso del siglo XIX, pero no de hoy. Contrariamente a lo que se piensa, los parados y los pobres son poco delincuentes. Es más, los nuevos delitos tienen poco que ver con el lucro.

Los "nuevos delincuentes" viven sus crímenes y sus delitos como una fe, una profesión, un juego. En realidad, socialmente, están perfectamente insertados... a su manera, evidentemente; comen sin hambre, visten ropa de marca y utilizan teléfonos móviles.

La curva general de la delincuencia, desde 1950 hasta 1998, revela un paralelismo matemático con la proporción de las poblaciones inmigradas. El rápido crecimiento de los crímenes y delitos, a partir de mediados e los años 60, corresponde exactamente con la llegada de las primeras oleadas importantes de inmigrantes y no a un pauperismo

La parte de los afro-magrebíes, jurídicamente franceses o no, en la delincuencia violenta, robos y tráfico de estupefacientes, se estima por la policía en un 80%. Bien entendido, se mantiene la prohibición formal de emprender estadísticas raciales y menos el publicarlas. Cuando el termómetro indica informaciones políticamente incorrectas, aun cuando reflejen la realidad, los medios toman la decisión de silenciarlas. El porcentaje de afro-magrebíes en las prisiones permite confirmar la realidad. En cárceles como Aux Baumettes, en Marsella llegan, por ejemplo, al 80%.

La región va a dispensar 32 millones de francos suplementarios al año (veinte veces más de lo habitual) para reforzar los medios de la policía. Esta cifra es similar a la destinada a crear empleos competitivos. Jean-Yves Le Gaibu, consejero regional, ha provocado la alarma en los banquillos de la izquierda al demandar al prefecto de policía "¿Qué ha hecho usted para contener a las bandas de delincuentes, generalmente inmigrantes, que han provocado esta situación?" No es bueno decir la verdad.

Pero, ante la clase política y los periodistas, los investigadores no se atreven a evocar las causas verdaderas del fenómeno. Se avanzan como explicaciones la "desresponsabilización de los padres", la "falta de respuestas judiciales adaptadas ante las primeras incorrecciones", o que "la escuela no cumple su rol de integración". Cuando en verdad es que estas cosas más que causas son casi efectos.

La causa profunda de esta explosión de la delincuencia es la llegada a la pubertad de una generación numerosa nacida de la inmigración, que rechaza la integración en la sociedad francesa (y europea) "blanca" y que manifiesta una actitud voluntariamente agresiva, fundada sobre un sentimiento mixto de revancha y de resentimiento, pero también de fascinación por el modelo consumista al cual estiman tener derecho de acceder, aquí y ahora, sin esfuerzos y sin reciprocidad social. (...)

Las más altas autoridades del estado confortan el sentimiento de legitimidad de los jóvenes delincuentes inmigrantes. Martine Aubry, ministro de Asuntos Sociales, declaraba en 1998, ante los continuos actos de pillaje y de degradaciones que acompañan ritualmente las fiestas de fin de año: "Ciertos actos de delincuencia o de incivilidad son comprensibles como reacción ante un sentimiento de injusticia". Se entiende que muchos de los delincuentes inmigrantes reaccionan al racismo y a la marginalización económica. Un aliento tal a las fechorías de las bandas étnicas no puede sino dejar pasmado.

En su demérito, las palabras del señor Aubry se contradicen por el hecho de que los crímenes racistas (agresiones, asesinatos, degradación de bienes) son mayoritariamente actos de afro-magrebíes contra franceses y europeos autóctonos. Por otra parte, las sumas pagadas por buena parte de los contribuyentes a favor de acciones sociales diversas dirigidas hacia las jóvenes generaciones descendientes de la inmigración (reinserción, preferencia de empleo, ayuda material a las familias...) son cuatro veces más importantes, per capita, que las sumas consagradas a los jóvenes franceses de nacimiento. ¿Será esta la injusticia evocada por el señor Aubry?

Hablar de "jóvenes delincuentes" es a lo más que llega el lobby inmigracionista, cuando los demás entendemos "racismo". El escritor Maurice Radjfus, creador del "Observatorio de las Libertades Públicas", uno de los grandes capitostes del lobby inmigracionista, vilipendia la palabra "sauvageon" ("jóven problemático") empleada por Chevènement: "este discurso es inquietante, pues no se comprende que el término "sauvageon" comprende también a los sin-papeles, los sin-techo y los parados.

También hay que considerar que este término comprende a diversas profesiones manuales". Estos fantasmas son muy habituales en la izquierda más estúpida -y más trotskista- del mundo. Se intenta resaltar con toda demagogia una amalgama inexistente entre los parados y los inmigrantes clandestinos. Este tipo de discursos, resaltados por la prensa biempensante (Libération, 18/01/99) revelan simplemente, en términos de psicoanálisis político, que el mensaje de los intelectuales inmigracionistas es el siguiente: los actos delictivos de cualquier naturaleza, desde la entrada ilegal en el territorio a los delitos de derecho común, cometidos por las poblaciones inmigrantes son excusables y respetables, toda represión de la criminalidad de los inmigrantes es inmoral, en acto o por simples palabras.

La ideología dominante es en sí una contradicción ideológica. Primero se es antirracista, después de profesa que pretender reprimir duramente la criminalidad es ser racista, y por último se reconoce implícitamente lo que se niega a otros, a saber: que la criminalidad es el hecho principal de los emigrantes.

Los partidarios dogmáticos de la educación permisiva y del pedagogismo, doctrina inspirada en "El Emilio", obra del pre-trotskista Jean-Jacques Rousseau, provienen del mismo medio ideológico que el partido inmigracionista. El humanitarismo igualitario habrá rematado, en dos generaciones, su obra de destrucción y también de autodestrucción.

Los métodos permisivos aplicados a las poblaciones de tendencia delincuente que no comprenden, culturalmente, la autoridad sin la fuerza, no pueden acabar sino en la anarquía y el desastre. La educación nacional ofrece gasolina a los que quieren apagar el fuego o, en último caso, agua de rosas.

En la educación pública, no se ofrecen soluciones en el cuadro de la sociedad y de la ideología actuales. Las soluciones ofrecidas por la escuela de Jules Ferry -con su disciplina rigurosa y su civismo moral autoritario- son inaplicables: los jóvenes inmigrantes son completamente reacios y el cuerpo de enseñantes es incapaz de ponerlos en cintura.

La derecha y la izquierda republicano-autoritaria se equivocan completamente. En el cuadro del actual sistema, todo esfuerzo es vano. Cuando ya es tarde, siempre es demasiado tarde. El sistema ha naufragado por sí mismo, a los pies de sus errores. Solamente sobre los escombros del antiguo sistema podrá edificarse un nuevo orden. Llegados a un cierto nivel, a un cierto estado de descomposición, toda reforma es vana.

La mayoría de los "problemas" de la educación nacional provienen de dos causas: el laxismo pedagógico antiautoritario y antiselectivo, y el caleidoscopio étnico de la población escolar. Pocos periodistas han tenido el valor de Jean-Louis Turenne, en Le Figaro: "Una inseguridad en proporción aritmética, unos niveles catastróficos de integración averiada: nada funciona en las escuelas.
Los liceos descienden a la calle, los profesores lanzan un SOS. Ante la evidencia, se impone un tratamiento de choque (...) La escuela francesa está enferma, y sus males son de todos conocidos... pero parece que a nadie importa, nadie quiere reconocer que ha fracasado".

Es decir, por dogmatismo ideológico no se osa evocar las verdaderas causas y se limita a reclamar siempre mayores medios financieros, cuando Francia consagra al Ministerio de Educación la proporción mayor de los países de la OCDE. (...) Como si el dinero pudiese resolver un problema sociológico y étnico. Frente a la violencia en las aulas, los mercachifles del laxismo social y del antiautoritarismo, confrontan dogmas frente a hechos, exigen la presencia de vigilantes, quieren la protección de la policía.

La violencia escolar en Francia alcanza ya niveles insoportables, tras su debut en los años 80. Adquiere formas desconocidas en los demás países de la Unión Europea y los Estados Unidos. Se calcula que en un 30% de los colegios, la transmisión del saber es imposible. Los enseñantes no pueden hacerse no ya respetar, sino tan solo entender. Estas son las formas más frecuentes de la delincuencia escolar.

1- El chantaje, exigido por los jefes de banda a casi todos los alumnos. En algunos casos, los alumnos son chantajeados por varias bandas a la vez.

2- Los enfrentamientos entre las distintas bandas organizadas y clanes, y los robos.

3- Los saqueos e incendios de los locales.

4- Las amenazas y agresiones contra los docentes. Éstos de exponen a las represalias en cuanto muestran el menor signo de autoridad. Las represalias, generalmente, son llevadas a cabo por bandas no escolarizadas.

En 1998, en los establecimientos de enseñanza pública se produjeron 10 muertes, 253 heridas de gravedad, 300 violaciones, 17 incendios importantes y 27780 "agresiones diversas". La prensa jamás ha publicado estas cifras, aun cuando son públicas.

Otras cifras interesantes: el 80% de estos actos de barbarie escolar son cometidos por jóvenes magrebíes o africanos.

Curiosamente, en el África colonial de principios de siglo, al igual que en el Magreb, los enseñantes franceses jamás encontraron problema alguno de rebelión o de violencia. La razón es tan simple como que los profesores aparecían como civilizadores y dominadores. Hoy, los jóvenes inmigrantes se erigen en reivindicadores, en vengadores de sus padres. Sin conocer la mínima señal de autoridad seria, retornan inconscientemente a su mentalidad ancestral. De colonizados y civilizados por la fuerza sobre su propio solar, se afirman hoy en nuestro solar como colonizadores y civilizadores. Clásica vuelta histórica.

El error de la integración republicana es total. En los colegios y liceos, los jóvenes inmigrantes afirman con violencia sus diferencias, su nacionalismo, su islamismo y su odio hacia todo lo que es francés y europeo. En enero de 1999, Le Figaro publicó el diario de a bordo de un profesor en los suburbios, un documento de total autenticidad que fue inmediatamente puesto en duda por los buenos espíritus.

Los liceos de la región parisina aparecía descrito como una verdadera fauna étnica, donde toda enseñanza era imposible, donde el cuerpo de enseñantes vivía bajo el terror diario, donde la violencia y la criminalidad estaban a la orden del día, y donde los liceos europeos sufrían el asalto de las bandas étnicas. El autor del diario decidió abandonar la enseñanza tras ser agredido con seriedad repetidas veces por un mismo alumno, africano, frente al cual tuvo la imprudencia de amonestarlo en una ocasión. El diario ha sido publicado como libro recientemente (Nicolas Revol, "Sale Prof !", Fixot).

Aquí, podemos leer cosas como estas: "Mi grupo se componía de un 50% de magrebíes, 18% de africanos, 10% de turcos, 10% de portugueses, 10% de franceses autóctonos y unos pocos asiáticos diseminados. En la práctica se dividía en dos grupos: los africano-magrebíes y los blancos, a lo cuales se arrimaban los asiáticos buscando protección.

Los blancos ocupaban los puestos cercanos al estrado, para escuchar mejor la lección y, tras una zona de transición vacía, se agrupaban los demás. El reparto en las demás aulas era similar". Es evidente que, frente al criterio oficial, una separación racial -y hostil- se ha instalado de forma natural.

Cuando el autor del libro fue agredido por su alumno de color (cinco meses de suspensión de trabajo), la dirección del colegio no le apoyó, acobardados frente al agresor. En el anuario del colegio, el director anotó estas palabras que bien pudieran pasar a formar parte de una antología de la falta de vergüenza: "Durante este curso, la situación personal del señor Reval no le ha permitido abordar con serenidad su relación con los alumnos".

La descomposición de la escuela republicana está causada por una razón que las autoridades no ignoran, pero que no se atreven a abordar: la escuela pública no cumple en absoluto con su rol de integración, más bien es un reflejo perfecto del estado general de lucha étnica.

No me resisto a relatar un hecho interesante. En la mayor parte de las villas y aldeas del distrito de Gard, para "luchar contra los ghettos" de la vecina Marsella, se levantaron barriadas ocupadas por familias africanas y magrebíes, recién llegados. Diez años más tarde, los problemas comenzaron desde la escuela primaria. La pequeña delincuencia y la insubordinación degradaron los colegios de forma súbita, los niveles bajaron. Hoy, a los quince años, el distrito de Gard registra la mayor tasa de criminalidad callejera de la región.

El contraejemplo lo encontramos en regiones como Saintonge, Périgord o Finisterre, donde la calidad de la escuela primaria pública es la misma que a principios de siglo. Cuando observamos las fotografías de las clases y se examina la composición étnica de las mismas, se comienza a comprender. En toda Francia, la degradación de los niveles es exactamente proporcional al carácter multiétnico de las clases. Estoy dispuesto a atender las estadísticas que me demuestren lo contrario y a oír una explicación intelectualista y políticamente correcta a este extraño fenómeno.

En París, yo mismo realicé una encuesta en el Liceo Jean-Baptiste Say, donde la proporción de magrebíes es de un 15%, y la de inmigrantes en total del 20%. Estas son las palabras de un profesor anónimo: "No encontramos solución a los problemas. Respetamos los programas oficiales y la violencia era controlable. Hemos acogido solamente el mínimo oficial de extranjeros que señala la ley. Pero aun así los problemas han comenzado a surgir. Los nuevos alumnos rechazan los grupos propuestos y se reagrupan por su origen étnico.

La primera de mi clase es una chica tunecina, quiero decir de origen, pues es jurídicamente francesa. Pero ella se dice a sí misma "árabe" y "musulmana". Aprende, pero no ofrece nada, no aporta nada. Su pertenencia a Francia no le importa, ni tiene significación alguna. En un futuro próximo, comenzaremos a tener tensiones serias".

No quiero decir que los hijos de los inmigrantes de ultramar sean consustancialmente subdotados y perturbadores. Simplemente que es imposible transmitir un saber y unos valores comunes a una población escolar heteróclita, en busca de horizontes diferentes. Una educación carece de sentido si no comporta una perspectiva histórica, enraizada en una historia y orientada hacia el destino de un pueblo. Una educación es inviable si no va dirigida a los seres humanos reales, compartiendo una identidad homogénea, no a "niños de ninguna parte", según la expresión de Erik Saint-Jall en "La Compañía de la Osa Mayor".

El actual drama de la educación nacional es emblemático: demuestra que la transmisión de una cultura no es posible sino en un bloque étnico relativamente homogéneo. La ceguera de la ideología republicana igualitaria es total. El mito del "nuestros antepasados los galos" es ridículo, incluso más funcional en el África colonial sumisa del siglo XIX que en el momento en que los africanos arribaron en masa hacia nosotros.

Los hechos están ahí. La educación pública, la transmisión del saber y de la cultura, son los ejes de una civilización. En este dominio las soluciones asimilacionistas ("Todos somos franceses, ¿no es así?") como las soluciones comunitaristas o etnopluralistas ("a cada uno su enseñanza") son irrealizables. Ninguna educación podrá abolir las referencias étnicas, y menos si se funda en los mitos de la mundialización, que no es sino la resurrección de las temáticas internacionalistas de otros tiempos.

Los responsables políticos de la educación nacional, ministros o secretarios de Estado, se empeñan, tras veinte años de fracasos, en sus propios consuelos de minimizar el desastre. Su jerga oficial es ridícula, como el cargo elegido para la señora Sègoléne Royal: "ministra delegada en el cargo de la enseñanza escolar"; el simple cargo oficial de "enseñanza escolar" da una imagen del caos lingüístico.

Las medidas de la señora Sègoléne pronto se encaminaron en aumentar el cupo oficial obligatorio para alumnos inmigrantes, pero no dudó en matricular a sus hijos en los mejores liceos privados. Su comportamiento devalúa su propio discurso, y ante ello ni siquiera es necesario responderle. Ante los amplios problemas que causa la emigración entre los enseñantes, los poderes públicos pisan el acelerador. Carecen de soluciones. Y es normal que sea así, pues sus dogmas les impiden ver las verdaderas causas del hecho.

En efecto, la cuestión de la capacidad de los interesados tanto escolar como profesionalmente es la que debe prevalecer antes de tomar cualquier decisión, pero los poderes públicos no quieren adentrarse en terreno minado. El psicoanalista americano Samuel Rosenzweig escribió: "un individuo que personalmente es incapaz de integrarse en un sistema cualquiera -escuela, empresa, trabajo a cumplir, seducción a obrar, etc.- se revela contra ese sistema y lo declara enemigo y obstáculo injusto, transformándolo en objeto de destrucción" (Roots of Failure).

Rosenweig había estudiado la situación de los jóvenes negros en Los Angeles, remarcando su complejo de inferioridad hacia la "civilización blanca", que se traducía en hostilidad y resentimiento. Los celos se transformaban en odio. Los americanos, durante los años sesenta, decidieron que la causa del fracaso escolar de los negros estaba en la discriminación y en el ghetto escolar; de este modo impusieron la escuela multirracial. Error total, evidentemente.

El alarmista informe Dubet sobre el Colegio (en realidad sobre los colegios y liceos multirraciales), actualizado en mayo de 1999, confirma como un hecho el rechazo de la gran mayoría de los jóvenes inmigrantes a dejarse instruir por enseñantes de origen europeo, a aceptar una disciplina (aun deficiente) proveniente de una educación nacional considerada como emanación de un Estado extraño y enemigo. Mónica Vueillat, secretaria general de la FSU, declaraba: "Los educadores han inventado ya mucho, han dado ya todo, están al borde de la ruptura". En realidad, están recogiendo lo que otros han sembrado. La misma señora Vueillat preconiza "introducir la diversidad conservando la igualdad republicana". Bello dialecto, a la vez que incomprensible, tanto como la cuadratura del círculo.

Otros empiezan a hablar de crear programas especiales para los hijos de inmigrantes afro-magrebíes, pero claro, según la lógica de la "discriminación positiva". O sea: la ideología dominante se muerde la cola; jamás podrán explicar por qué la tasa de analfabetismo es cuatro veces mayor entre los afro-magrebíes que entre los europeos autóctonos, incluso entre clases sociales equivalentes. Tampoco logran explicar la escasísima tasa de universitarios afro-magrebíes.

Un tabú que nadie se atreve a mencionar es la ínfima proporción de inmigrantes entre los politécnicos, los ingenieros de alto rango, los pilotos, los investigadores cualificados. La ideología dominante sostiene que esto es debido a una discriminación voluntaria, por lo tanto sus soluciones tienen como consecuencia que los jóvenes afro-magrebíes reciben muchas más ayudas que los hijos de los obreros franceses y que los hijos de los emigrantes españoles, italianos o portugueses. ¿Discriminación? Sí, ¡hacia los blancos! O bien la "circulación de las élites" de la que hablaba Pareto no funciona entre los afro-magrebíes, o bien funciona sólo para el proletariado europeo.

Roger Fouroux, presidente del Alto Consejo para la Integración, mostrando sus dogmas republicanos igualitarios, deplora que "nuestro sistema escolar está constituido de tal forma que un hijo de inmigrante no tiene posibilidades de acceder a la enseñanza universitaria". Y para solucionar este problema propone toda una serie de medidas, antirrepublicanas y antiigualitarias, fundadas en el principio de la "discriminación positiva", es decir, un favoritismo hacia los inmigrantes a la hora de elegir plaza en las universidades.

Fouroux jamás ha puesto en duda estos principios simplemente por que es un racista, sin saberlo, pero un verdadero racista. No existe mayor humillación para un hijo de inmigrante que el acceder a cupos artificiales, cuotas, trucos que le permitan instalarse en un sistema al cual en justicia no ha accedido por sus méritos. ¿Y si ocurriera que la mayor parte de los jóvenes inmigrantes no estuvieran interesados por la Universidad? ¿Les tendríamos que hacer estudiar a la fuerza? El señor Fouroux, como todos sus pares, desconoce completamente la realidad social, cultural, étnica, antropológica de los inmigrantes, que sólo ve por la televisión.

El antirracismo tiene la misma obsesión por la raza que el cura puritano por el sexo. Hoy, el sexo se muestra tanto como una industria como la raza es violada y disimulada. Pero en realidad este disimulo esconde una presencia obsesiva del concepto. El antirracismo ha devenido una especie de meta-religión, una forma perversa e inconsciente de racismo, en todo caso el signo de una obsesión racial. ¿Pero qué es en el fondo el racismo? Nadie lo sabe explicar ni definir. Como en todos los vocablos abusivos y con fuertes cargas afectivas, la palabra en sí carece de significación. Se le confunde con la xenofobia, y se habla así del racismo mutuo de los croatas, los serbios y los albaneses, cuando sus disputas son de carácter nacional y religioso, pero no racial.

Aquí las posiciones interesantes son las de Claude Lévi-Strauss en su opúsculo "Raza e Historia" y de Zoulou Kredi Mutwa, autor del famoso ensayo "My People", que fue la más pertinente crítica tanto del apartheid sudafricano como del modelo de la sociedad multirracial. Pero esta fue igualmente la opinión de Léopold Sedar Senghor, que teorizó sobre las nociones de "civilización negro-africana" y "albo-europea". Estas opiniones son clasificadas en la actualidad como gravemente incorrectas.

Sus tesis pueden resumirse en estos puntos:

1) La diversidad biológica de las grandes familias de la población humana es un hecho incontestable; esta diversidad es una riqueza, es el núcleo de civilizaciones diferentes.

2) Negar el hecho racial es un error intelectual peligroso, pues niega los mismos fundamentos de la antropología e instala el concepto "raza" en el rango de tabú, en paradigma mágico, cuando en realidad es una realidad banal.

3) El antirracismo obsesivo es al racismo lo que el puritanismo a la obsesión sexual. Una sociedad multirracial es por necesidad una sociedad multirracista. No se puede hacer cohabitar sobre el mismo territorio y sobre la misma área de civilización mas que a poblaciones biológicamente emparentadas, con un "mínimum" de diferencias étnicas.

Globalmente, las tesis de Levy-Strauss, de Kredi Mutwa y de Léopold Senghor concluyen que la humanidad no es una "mobylette", y que no marcha con mixturas. Así, mientras que la ideología oficial niega el concepto de raza, en verdad lo está reconociendo y fortificando.

La sociedad francesa no reconoce que el hecho racial se le impone, se proclama por todos sitios, empezando por los inmigrantes. En los suburbios y en las "zonas sin derecho", los franceses autóctonos son tachados despectivamente como "galos", o, más frecuentemente, como "quesitos" ("petit fromages"). Mientras que las razas son censuradas como inexistentes y no se les reconoce ninguna realidad, la cuestión racial está más presente que nunca.

Es evidente que las "razas puras" no existen y que el concepto no tiene sentido biológico, pues toda población es producto de un "phylum" genético muy diverso. Pero esto no quita existencia al "hecho racial", ni a las razas. Incluso una población mestiza constituye un hecho racial, y no se puede decir que en Sudamérica o en las Antillas el mestizaje haya creado nuevas razas. Los antirracistas, que niegan la realidad del concepto de raza, son favorables al "mestizaje", militan por la "mezcla de las razas", y niegan por tanto su propia realidad. ¿Entienden quizás que con el mestizaje las razas dejarán de existir? De forma dogmática se empeñan en demostrar "científicamente" que las razas no existen, y que por lo tanto la modificación del sustrato biológico en Europa no tendrá consecuencia alguna, sino tan solo influencias benéficas. Esta es la tesis envenenadora del "totum cultural", en la que ni siquiera sus propagadores creen con seriedad.

De una parte la ideología oficial niega la existencia de las razas humanas, señalan las diferencias insignificantes en los cromosomas personales, pero por el otro la ley prohibe las discriminaciones raciales "en nombre de la pertenencia o no pertenencia a una raza, étnia o religión". Entonces, ¿las razas existen o no existen?

En la simple lógica aristotélica o leibniziana, es un absurdo reprimir a quienes cometen un delito contra un sujeto jurídico que no existe de hecho.

Por otra parte se proclama la inutilidad de las distinciones raciales, pero se aplican legalmente cuotas de favoritismo racial. Se niegan las "diferencias raciales" pero se pone el punto en las "discriminaciones raciales".

Como toda realidad antropológica y, más generalmente, natural, el hecho racial no es un "hecho absoluto", pero es un hecho. Su negación actual por la ideología dominante constituye el signo y la prueba de que la cuestión racial ha devenido fatídica. Toda civilización enferma tiende a censurar la realidad de su mal y a hacer de ella un tabú. No se habla de sogas en la casa del ahorcado. La ideología hegemónica procede así con un trabajo de silencio, con un secreto de familia.

El sociólogo negro sudafricano, de etnia zulú, Kredi Mutwa, escribía en su revelador libro "My People" (Penguin Books, Londres, 1977): "Negar las diferencias fundamentales entre los negros y los blancos, las dos grandes familias raciales de la humanidad, es negar la naturaleza y la vida. Es tan estúpido como afirmar que la feminidad y la masculinidad no existen. Aquí se descubre una falta de sentido común en el espíritu occidental. El hombre negro acusa en sí mismo más que el blanco su personalidad racial, y es por naturaleza más reticente a aceptar la utopía de un hombre universal".

En el mismo sentido, Léonine N´Diaye, en su obra "Le Soleil" (Dakar, 021121987), escribe: "Al igual que existen diferencias entre los pueblos blancos, entre los hispanos y los nórdicos, por ejemplo, también existe esa diferencia entre las etnias tribales africanas. La humanidad está dividida en grandes familias con su propia personalidad, cultura y hecho biológico".

Entre los africanos, como entre los asiáticos la naturalidad del hecho racial no ofrece problemas. Se reivindica con toda tranquilidad. La negación psicótica del hecho racial en Europa se apoya en la esperanza de que disimulando el hecho racial puede purgar el pecado original del racismo y crear al mismo tiempo una sociedad idílica, un paraíso extraterrestre.

En el censo de la población francesa de 1999, el Instituto Nacional de Estadística no hizo ninguna referencia al origen étnico ni a la religión. Los franceses no debían conocer las cifras reales, Max Clos, presidente del instituto, explicó en Le Figaro (05/03/99): "Una comisión de sociólogos explicó que la menor referencia sobre el carácter étnico o religioso de una ciudad o un barrio podría provocar reacciones racistas.

Las gentes tienden a creer que una mayoría de población magrebí o africana crea inseguridad". ¡Fantástico!... como si "las gentes" no se percataran ellas mismas de la realidad al andar por las calles. Este es un perfecto ejemplo de engaños al pueblo, de negligencia del poder y de "transparencia democrática".

¿Por qué el enfermo desconoce su fiebre, por qué se niega a mirar el termómetro? ¿Porqué los poderes niegan que la inmigración es de hecho un cataclismo social, que está en marcha una colonización, por qué se comportan como si la emigración no existiese?

El estado se ha vuelto de nuevo censor, a veces se refiere a las poblaciones afro-magrebíes como "representantes de la población que vive en la periferia"... asombroso eufemismo. El Instituto de Estadística niega el hecho étnico y racial y se niega a hacerse pregunta alguna sobre este hecho.

Los poderes públicos, atontados por la psicosis antirracista y el tabú étnico, disimulan voluntariamente las cifras de la inmigración. Pero al mismo tiempo, remarca sus contradicciones, como corresponde a toda ideología alejada de la realidad, pues implícitamente reconocen el carácter étnico de la colonización, reconocen que los inmigrantes rechazan la asimilación.

Los poderes públicos colaboran con los inmigrantes colonizadores para moldear la opinión pública. Pues en una sociedad mediática las gentes creen menos en lo que ven que en lo que les inculcan los mass-media.

En su libro fundamental "Des dieux et des empereurs" (Éditions des Ecrivains), André Lama explica cómo el Imperio Romano fue minado desde el interior por una modificación de su sustrato étnico. Notablemente por la increíble tasa de natalidad de los pueblos invasores, pero también por la caída demográfica entre los romanos. La población romana de origen fue rápidamente africanizada y orientalizada a instancias del mismo Estado, lo que contribuyó al derrumbe de la civilización original, añadido a la presión militar de los germanos y la insumisión estatal de los cristianos.

En los años sesenta, Pierre Chaunu y Georges Suffert, en "La Peste Blanca" (Gallimard), un libro que hoy sería impublicable en tanto que políticamente incorrecto, llaman la atención sobre la caída de la natalidad europea. Es de notar que por aquellos tiempos comenzó la inmigración masiva y salvaje de poblaciones extraeuropeas.

André Lama, escribe en su obra: "A medida que la vieja república fenecía, la Roma romana recibía sin cesar influencias exteriores debilitadoras y elevaba a la dignidad de ciudadanos romanos a toda suerte de elementos disgregadores y enemigos del Estado". El poder imperial romano devino absoluto porque se fundaba en una sociedad multirracial, sin raíces.

Cuando no existe un pueblo, un mínimo de homogeneidad étnica, el verdadero régimen democrático se derrumba. Es lo que ocurre también hoy en día, pues se tiende a compensar la anarquía que crea la coexistencia de etnias inconciliables.

Para André Lama, las migraciones, las diferencias de natalidad que provocaron una modificación étnica, son la causa de los grandes cambios políticos que se observan en la historia. "Por un diferencial demográfico se puede asistir al nacimiento de una nueva nación que viene silenciosamente a reemplazar a la anterior, sin necesidad de guerras extranjeras ni invasiones". No nos resistimos a establecer una comparación entre el fin del Imperio Romano y nuestra civilización. Roma desapareció porque las nuevas poblaciones, las nuevas costumbres y los nuevos cultos contrastaban con aquellos del pueblo fundador.

Las tesis de Lama me parece interesante en tres niveles:

1) La colonización de la población actual de Europa es el efecto boomerang del colonialismo de conquista y de la dominación europea del siglo XIX. Los pueblos afro-asiáticos anteriormente colonizados se instalan hoy entre los colonizadores. Los imperios francés y británico, imitando al imperio romano, han sufrido la misma suerte: la submersión de la Madre-Patria en el cosmopolitismo y el caos étnico. El modelo imperial no es viable mas que entre poblaciones biológica y culturalmente cercanas. He aquí el porqué, en mis dos anteriores obras, El Arqueofuturismo y Nuevo Discurso a la Nación Europea, propongo el modelo imperial y federal, que yo llamo Eurosiberia, para reagrupar a la Europa Occidental, la Europa Central y Rusia, es decir, los pueblos indoeuropeos.

2) La segunda lección es la siguiente: ¿cuál es la infraestructura de las civilizaciones? ¿Es cultural o es económica? (...) Una civilización es un conjunto de formas, de conocimientos, de técnicas, de hábitos, de modos de vida, de saberes adquiridos, que reposan sobre una cultura. Los marxistas y los liberales disienten: el estado de una civilización tal no reposa sobre la cultura original, sino sobre las relaciones de producción y el estado de las técnicas. Los marxistas y los liberales piensan que una civilización está constituida por las infraestructuras económicas y las relaciones de producción; siendo la cultura una simple superestructura, una expresión derivada.

A la inversa, a principios de los años 70, la Nueva Derecha sostenía que una civilización, una moral, el estado de la técnica, las formas políticas, son el producto de una columna cultural: la civilización es la consecuencia de la cultura, y no a la inversa.

Hoy por hoy, esta posición antimaterialista me parece insuficiente, pues no responde a la pregunta fundamental: ¿qué o quién determina la cultura? Es la composición biológica de los pueblos, sus cualidades y sus defectos innatos, su atavismo antropológico, lo que funda sus culturas, que a su vez producen las civilizaciones. Dicho de otra forma, la infraestructura profunda de las civilizaciones no es económica ni cultural, es biológica

Cuando hablamos de infraestructura biológica y étnica de las civilizaciones, es evidente que no nos referimos al mito de la "pureza racial". André Lama expone con justicia que "Decir pueblo es decir grupo étnico más o menos homogéneo y más o menos mezclado. Hablar de "pureza racial" es una utopía ridícula.

Pero precisemos, todo mito de una pseudo pureza racial es un exceso. Europa es ciertamente fruto de mestizajes, pero de mestizajes de pueblos próximos, con diferencias relativas y en muchos casos aparentes, que se benefician de una cierta proximidad antropológica. Tanto o más reduccionista es la idea de "raza pura" como la de "raza global". Es la idea de Senghor con sus conceptos de "albo-europeo" y "negro-africano.

Este es un concepto de parentesco etno-biológico en sentido amplio, que se opone tanto al reduccionismo de la "pureza racial" como al cosmopolitismo del mestizaje universal, ambos profundamente contrarios al humanismo. Negar la dimensión étnica y biológica de los hombres es refutar a la misma humanidad, la realidad de la humanidad.

Tenemos tendencia a percibir la especie humana como una especie "a parte", que escapa a las leyes de la naturaleza, especialmente a los principios de la subdivisión bio-genética, como si el hombre fuese un bloque divino, donde no se dan ni las desigualdades ni las diferencias, como si la humanidad estuviese situada al margen de la participación en el mundo vivo y en la unidad del cosmos, que se manifiesta en la diversidad infinita de las formas.

La antropología contemporánea rechaza igualmente el reconocer los testimonios etnológicos: el hombre sería una especie providencial, única, llegada de ninguna parte... La tierra, la realidad, no está hecha para él: es demasiado "pesada", demasiado "grosera".

Las raíces de este antropocentrismo, de esta creencia en la unidad biológica del género humano, de esta negación dramática de la diversidad racial de la humanidad, provienen de las grandes doctrinas y religiones monoteístas. El hombre se diviniza en tanto que Hijo de Dios, y por lo tanto no es divisible. Está separado radicalmente de los reinos animal y vegetal, de la Naturaleza. La humanidad deviene una categoría trascendente. Para ella no cuentan las leyes de la diversidad, de las diferencias, de la tragedia de lo vivo. Estos dogmas, aunque son pulverizados por la medicina y la genética contemporáneas, para la antropología pertenecen más bien al reino de las demás especies.

Mientras tanto, la tribalización y la racialización de la sociedad francesa y europea está en marcha, en nombre del antirracismo. La ideología igualitaria se asemeja a la pescadilla que se muerde la cola: hoy se comienza por implantar medidas de "discriminación positiva" y de cuotas profesionales a favor de los diversos grupos raciales, especialmente africanos y magrebíes, lo cual supone en la práctica negar los principios del individualismo igualitario y la misma esencia del antirracismo, según los cuales las razas no existen; por el otro lado la mentalidad comercial y publicitaria imperante se ha lanzado a un marketing étnico desenfrenado. El antirracismo es el terreno mejor abonado para el racismo.

Es así como hay que entender que el colectivo de presión "SOS-Racisme" demandó en julio de 1999 al consejo de la Televisión Nacional con la acusación de "discriminación racial y atentado a la libertad individual", con el pretexto de que no había suficientes presentadores y animadores negros tras las pantallas de TV. Suprema paradoja: en nombre de la libertad y la igualdad, se exigía implantar cuotas de afro-magrebíes. ¿Y para cuando entonces las cuotas de chinos, judíos, indios, católicos, etc.? ¿Y por qué han de limitarse a la televisión? ¿Por qué no, según esta lógica, implantar las cuotas en la administración y en las empresas?

No encuentro que existan impedimentos éticos ni morales para una reivindicación tal, si estos colectivos tomasen conciencia de las estupideces de los "antirracistas", siguiendo la extraña (por corrompida) lógica que proponen, y la llevasen hasta sus extremas conclusiones.

Lo triste, peor aun, lo alarmente, es que estas estupideces son realmente peligrosas en su profunda perversidad, en su desprecio por la lógica inmanentista, en su pasotismo por los sucesos reales, en su no querer pisar la tierra. Los grupos de presión al estilo de "SOS-Racisme" son portadores de un peligro mayor que guerra atómica: el desprecio de la lógica en las decisiones de la Res Publica, la instauración del absurdo en los debates para interés del pueblo.

El colectivo "SOS-racisme" razona de manera totalmente racista. En sus panfletos podemos leer que "Los habitantes de color en Francia constituyen una comunidad con derecho a poderse identificar y hacerse reconocer a través de los medios audiovisuales". No hablan de otros colectivos... curiosamente. Aquí vemos lo que era previsible: que las autoridades republicanas no creen totalmente en sus santas nociones de "integración" y "asimilación", sino que los hechos les obligan a abandonar sus utopías y reconocer la existencia del hecho étnico, de avalar la racialización de la sociedad. Pero esta situación conduce de manera imparable a la ghettización. Una sociedad donde la organización social comienza a fundarse en el segregacionismo, aunque sea "positivo", en la lógica de las cuotas, de los privilegios, de las preferencias y de la "discriminación positiva", de la anti-selección en suma, no puede ser viable a largo tiempo.

Lo que se nos está proponiendo, sin decirlo o sin saberlo, es un apartheid de hecho. Los lobbies étnicos ya se imponen sobre los principios de la igualdad. La izquierda-caviar, la izquierda del bien vivir, viendo la imposibilidad de la idea del mestizaje, del modelo del "melting-pot", empieza a razonar sobre una organización política y social fundada sobre las proporciones raciales.

Ni siquiera se han enterado, pero acaban de asesinar a sus propias convicciones: los "inmortales principios" de 1789... Ya no creen lo que dicen, puesto que proclaman lo que dicen no creer. Nuestra izquierda-caviar, la más trostkista y estúpida del mundo, ha sobrepado la raya del cinismo... En una sociedad realmente sana y menos mediatizada, esto no hubiese sucedido nunca.

Esto no escapa al lenguaje cotidiano, a la mentalidad popular. Los pseudo-neologismos en boga utilizan términos como "Beur" y "Rebeu", traducción de "árabe", y usan el término "Keubla" ("negro") para designar a los franceses de derecho, pero con todas sus connotaciones raciales y étnicas, sin dejar de lado las injurias ("hijoputa de tu raza"); en España se ha popularizado la voz "sudaca", que tiene una extraña connotación de insulto. La sociología francesa, recluida en las bibliotecas y los platós de televisión, no se digna descender en el análisis del lenguaje cotidiano.

En los barrios jamaicanos y antillanos de Londres, el slogan de "Whites out !" ("¡Blancos fuera!") es omnipresente. En el metro de París, como en los servicios públicos, las injurias racistas, de todos los sentidos, constituyen el 80% de las inscripciones y los grafittis populares, superando incluso (!!!) a las alusiones sexuales. En diciembre de 1999, todas las fachadas de un partido político fueron adornadas con un lema vengador: "Galos de mierda, los árabes daremos por culo a Francia".

Los ejemplos son numerosos. La "persuasión por la educación" ya no induce sino a la risa. El único enemigo eficaz del racismo -esa pasión que ronda a la humanidad desde tiempos atávicos- no puede ser el antirracismo institucional, sino el rechazo de toda civilización multirracial.

Quod erat demostrandum.

Guillaume Faye, Periodista, escritor, polemista, productor de radio, guionista, ha dirigido la publicación mensual "J’ai tout compris".

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