San Paolo fuori le mare
(para vuestra consideración, antes de mandarlo a Arbil)
Parece que el nombramiento de Octaviano, Gaius Iulius Caesar Octavianus, como Imperator Caesar Divi Filivs Avgvstvs había representado un punto de inflexión en la historia de Roma: el paso del período republicano al principado, la transformación del sistema político, económico, militar, administrativo, jurídico y cultural, para dar nacimiento a una edad áurea. Su período de gobierno, cuarenta y cuatro años, sería el más largo de la Roma imperial.
Investido por el Senado el 16 de enero antes de Cristo, Octaviano reformó el cursus honorum de las principales magistraturas, reordenó el sistema administrativo y provincial, reorganizó las fuerzas armadas, reconstruyó el sistema de defensa de los confines del Imperio, hizo de Roma la ciudad monumental que luego fue, y su extenso y fecundo gobierno propició la afluencia de riquezas a la Urbe antes no soñadas: el grano egipcio, el oro de Hispania, la plata de Iliria.
Una de las obras públicas que promovió el emperador fue el Portus Iulius, tarea para la que contó con la valiosa colaboración de su eficaz general Marco Vipsanio Agripa, el 37 antes de Cristo: un lugar que, andando los años, sería ni más ni menos que el fondeadero por donde, de la voz y el ejemplo de San Pablo, llegó a Roma la palabra de Cristo.
El puerto se proyectó para servir de base naval militar, en la guerra civil contra el rebelde Sesto Pompeyo, y debió servir a su fin, ya que éste sería derrotado en Nauloco y, al fin, apresado y ajusticiado. Su ubicación, frente a la vieja Puteoli, la actual Pozzuoli, a unos quince kilómetros al norte de Nápoles, permitía además, un acceso fácil y rápido por tierra a Roma.
Debió ser una obra enorme y utilísima. El puerto costero propiamente dicho se conectaba por un brazo de agua con el lago Lucrino, mucho mayor entonces, y con el lago Averno, facilitando así a las naves un amarre seguro y, gracias a los bosques de las inmediaciones, era un lugar idóneo para las reparaciones y construcciones marítimas. El muelle costero del Portus Iulius se extendía a una distancia de 372 metros, desde la Punta del Epitafio, cerca de Baia, dando paso a la Via Herculea.
Desdichadamente, la menguada profundidad del lago Lucrino y el aterramiento del puerto mismo aconsejaron mudar la flota militar a Miseno, el 12 antes de Cristo, manteniéndose aquél sólo para la navegación comercial.
Nerón soñaría con un canal navegable, la fossa Neronis, que uniría el Portus Iulius con Roma, pero, al igual que otros proyectos monumentales (el canal de Corinto, por ejemplo), no sería capaz de llevarlos a la práctica. Permaneció en uso, a pesar de todo, hasta el siglo IV, cuando se hundió bajo el mar y así quedó olvidado siglos y siglos.
Causa de su hundimiento bajo el mar fue el bradisismo, un peculiar fenómeno tectónico consistente en el lento y alternativo movimiento vertical de la corteza terrestre, resultante del ascenso de masas magmáticas y su enfriamiento. Es particularmente evidente a lo largo de la zona costera, donde el nivel del mar proporciona una línea de referencia. Así, las columnas del llamado Templo de Serapis (en realidad, un mercado alimentario), en Pozzuoli, muestran perforaciones de moluscos marinos (litodomos) hasta una altura de 6,30 metros: signo evidente de las regresiones y levantamientos del suelo.
El nombre de la comarca, Campos Flégreos, hace referencia a la intensa actividad volcánica, que se relaciona con otros fenómenos que también se dan en la zona, como son las fuentes termominerales y las fumarolas.
En el año 1956, Raimondo Bucher, un piloto militar italiano, aunque nacido en Hungría, que había servido como piloto de caza en la Aeronautica militar, submarinista aficionado y record de profundidad en apnea, puedo apreciar, gracias a fotos aéreas, las ruinas del puerto y de las construcciones sumergidas y, ya en inmersión, descubrió la maravilla de tantas construcciones cuyas ruinas permanecen bajo las aguas.
Quienes esto escriben tuvieron la oportunidad de repetir, en la semana santa del año 2007, la inmersión de Bucher, y encontrar, a pocos metros, en un buceo fácil, un fragmento de la Via Herculea, las basas y parte de las columnas del peristilo de lo que fue la casa de la familia Pisón, fragmentos de mosaicos e incluso conducciones del hipocausto. A mayor profundidad, muestras de que persiste la actividad telúrica: espacios llanos, amarillentos, por efecto del azufre, sin ninguna vegetación submarina y, de vez en cuando, fuentes de burbujas sulfúricas que despiden apreciable calor. Y aguas afuera, cuando el profundímetro marca ya cerca de los veinte metros, los restos del muelle del Portus Iulius, edificado en opus reticulatum.
San Pablo, cuentan los Hechos de los Apóstoles, estando preso en Cesárea, queriendo evitar que el gobernador Porcio Festo le entregase inicuamente a los judíos de Jerusalén, apeló al César, por lo que fue embarcado, bajo custodia, para ser llevado hasta allí, en un viaje lleno de incidentes, que le condujo por Sidón, Chipre, Listra, Creta y Malta.
En Act. 28. 13, se lee el episodio de la llegada de San Pablo a Italia: “nos hicimos a la mar en una nave alejandrina que había invernado en la isla y llevaba los Dioscuros como enseña. Llegamos a Siracusa y permanecimos tres días. Desde allí, costeando, arribamos a Reggio. Al día siguiente se levantó viento del sur, y a los dos días llegamos a Puteoli”.
Así pues, el puerto que tuvimos la suerte de visitar, la Via Herculea cuyos adoquines palpamos bajo las aguas, son, con humana certeza, los lugares por los que pasó San Pablo camino de Roma, camino del martirio.
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