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La turuta del Titanic

La deriva izquierdista del derechismo. Un texto añejo, con claves para enjuiciar el presente.

La derecha y la izquierda nacieron en los Parlamentos.

Conviene siempre tenerlo presente para explicarse la anomalía específica de la mentalidad "derechista", que la ha dejado siempre inerme ante la "izquierda" y ha sido causa de que "derechismo" haya llegado a ser considerado como sinónimo de incapacidad y de predestinación al fracaso.

La derecha no sólo nació en los Parlamentos: nació del parlamentarismo. La derecha vino a ser aquel sector político que, en el ambiente del constitucionalismo liberal, quería salvaguardar el orden y la autoridad, claro está que dentro de la ortodoxia del liberalismo.

O, como se dijo en ocasiones célebres, era el partido de quienes querían conciliar la libertad con el orden.

El orden y la libertad no son de suyo cosas incompatibles. Si tanto se hablaba de su conciliación era porque aquella libertad que se propugnaba era la del liberalismo, que siempre había sido y continuaría siendo siempre bandera revolucionaria; mientras que el orden que se trataba de defender era precisamente el nacido de la Revolución.

Se comprende, pues, que la operación no dejase de tener sus dificultades. Había que defender, frente a la execrada "reacción", el orden revolucionario, y para ello había que proclamar como buenos e inmortales los principios de la Revolución y dar por buenas sus más revolucionarias empresas: aquellas que - como la desamortización eclesiástica o la expropiación en Francia de los bienes de los "emigrados"- habían hecho nacer precisamente el "orden nuevo".

Pero al mismo tiempo había que evitar que la Revolución misma, en sus nuevas fases más radicalmente revolucionarias, pusiese en peligro las "preciosas conquistas" ya conseguidas. Así nació la mentalidad "moderada" o "conservadora". Podemos encontrar una definición real del mismo en aquel juicio de Balmes, según el cual el partido conservador es conservador de la Revolución.

Los conservadores, ante las nuevas etapas de la Revolución, debían adoptar actitudes que les exponían necesariamente a ser acusados de "reaccionarios", de enemigos de la libertad y del progreso, etc. Ante tan gravísimo insulto su "reacción" no podía ser otra que la de acusar a su vez a las "izquierdas" de corruptoras de la libertad y sostener y proclamar que eran ellos -los "derechistas", los "conservadores"- los verdaderos y sinceros liberales.

Con esto ya podemos llegar a definir la derecha tal como aparece formada en la madurez y edad de oro del parlamentarismo liberal: la derecha, el "partido del orden", defensor de los principios y de los intereses conservadores, es el partido liberal propiamente dicho, precisamente porque es -según observó con genial paradoja el P. Ramière- el más inconsecuente de los partidos liberales.

Por esto, mientras la izquierda -que encarnaba el dinamismo revolucionario- tuvo por lema "pas d'ennemis à gauche", y así lo proclamó y así lo ha practicado, en el fondo, siempre, la derecha podría haber formulado la ley de su conducta en esta norma: "pas sans ennemis à droite". Mientras la izquierda proclamaba que nada le parecería demasiado revolucionario, la derecha se esforzaba siempre por poner de relieve lo "moderado" y "prudente" de su actitud antirrevolucionaria, y se gloriaba por ello de poder mostrar, como testimonio de su amor a la libertad y al progreso, que no dejaba de ser considerada ella misma como revolucionaria por los "extremistas de la derecha", por los "reaccionarios".

El resultado necesario de esta situación fue el constante desplazamiento hacia la izquierda, no sólo de la opinión y de los partidos, sino de la norma de valoración con que se juzgaba del derechismo y del izquierdismo de tal o cual actitud.

Antes de 1848, la democracia era "izquierdismo", y la derecha era adversaria del sufragio universal. Esta derecha liberal y antidemocrática atacaba a la democracia de falsear y destruir el verdadero liberalismo, y de ser por esto tan funesta como la reacción misma.

Años después, la democracia antisocialista sería ya admitida como liberal y "de orden" por los antiguos liberales. Desde la derecha, ya liberal y democrática, se acusaría al socialismo de ser adversario de la verdadera democracia y por lo mismo reaccionario y destructor del progreso y de la libertad.

Por otra parte, y sin que ello sea en el fondo contradictorio, se da el caso de que los partidos que recogen la mayoría de los votos "conservadores" y "derechistas" toleran que se les llame "de centro", prefieren que se les considere "izquierdistas" y llegan a considerar insultante el ser llamados "derechistas" y "conservadores", así como hace un siglo (*) era para ellos intolerable que se les considerara "reaccionarios", aunque se gloriaban todavía del título de "conservadores". Ya hemos visto emplear por las actuales derechas "izquierdistas" como sloganelectoral esta sugestiva proclama: "La verdadera revolución la hacemos nosotros". Si, en el comienzo del proceso, la derecha era el verdadero partido liberal, se ha llegado ya al punto en que la "derecha" se proclame el verdadero partido revolucionario, o lo que es lo mismo, la verdadera "izquierda".

La revolución ha seguido su camino.

Un hecho todavía más lamentable ocurrió a lo largo de este proceso. Cuando los "conservadores" tuvieron que temerlo todo de la revolución violenta y franca y mucho menos que temer por parte de la "reacción", ya reducida a la impotencia, llamaron en su auxilio a los que llamaban "reaccionarios", es decir, a aquellos que habían conservado de algún modo los principios y el espíritu a que la Revolución se oponía. Les invitaron a la unión en defensa de los "principios y de los intereses conservadores"; les llamaron a combatir bajo la bandera del "orden" y también "bajo la de la libertad". ¿Acaso no era justo exigir a los "reaccionarios" que renunciasen a sus "extremismos inquisitoriales" y a sus "utopías medievalistas" y se hiciesen así útiles a la salvación de la sociedad?

Pocas veces dejaron los antiguos "contrarrevolucionarios" de ceder a la tentación "conservadora". Le llamamos tentación porque, aunque era muy propio del auténtico espíritu contrarrevolucionario ayudar siempre a todo cuanto pudiese frenar la Revolución violenta, no lo era tanto que el fusionismo "derechista" viniese a confundir y a diluir aquel espíritu en una actitud "conservadora"  -es decir, sucesivamente "liberal", democrática, centrista, izquierdista moderada, verdaderamente revolucionaria, etc.- El resultado fue casi la extinción de la ideología y la actitud que hubiera sido necesaria y adecuada a la empresa política más grandiosa y difícil de todos los tiempos: la lucha contra la Revolución.

Con la política tiene que ver todo desde arriba o desde abajo, y sobre todo las realidades y valores más fundamentales en la vida humana. La religión, la filosofía, los gustos literarios, las costumbres, la educación y, en fin, todo esto que ahora se llama "la cultura".

Por esto la evolución "conservadora" de la lucha "contrarrevolucionaria" tenía que traer consigo esta grave consecuencia. En todos los aspectos, el combate cristiano se contagió más o menos de un espíritu que podríamos caracterizar como el de un "conservadurismo cultural". Este conservadurismo sustituyó y debilitó -hasta destruirlo muchas veces- el culto de la verdad y por lo mismo el respeto a la tradición. Fue también "conservador de la Revolución". El papel "fusionista" que en lo político habían jugado "los intereses comunes", por cuya salvación se olvidó la defensa y la restauración del orden cristiano, lo ejercieron también en la lucha ideológica las burguesas y racionalistas ilusiones de "la cultura", de "la altura intelectual", de la "amplitud de criterio", de la "objetividad e imparcialidad científica" (¡Santo Dios!) y desde luego las supremas ilusiones de la "originalidad", del "espíritu progresivo" y "creador", y de la "actualidad".

Por lo mismo, la actitud de este "derechismo" cultural ha obedecido también a la consigna "Pas sans ennemis à droite". Para comprobar la "altura" y la "actualidad" de un pensador acusado de reaccionario es indispensable exhibir el glorioso hecho: también él tuvo enemigos en la "extrema derecha".  Y el que fuese considerado progresista por los reaccionarios hace patente hasta qué punto fue él "comprensivo" y "abierto" en su diálogo contra los heterodoxos.Si el lector reflexiona sobre esta situación, verá que ella debía inevitablemente producir un desplazamiento continuo de la norma con que se juzga de las mismas doctrinas.

El "conservadurismo cultural" queda, pues, sumergido en una dialéctica "evolucionista" y "progresista". ¿No consiste acaso su defensa en proclamar también que "somos nosotros" -los conservadores- los verdaderos "innovadores", y que en resumen "la verdadera revolución -también en el orden de la cultura y del pensamiento- la hacemos nosotros"? Es fácil ver que por este camino no se va probablemente sino a la ruina de la verdad. O, en el mejor de los casos, no se va a ninguna parte.

¿Acaso defendemos como actitud adecuada la de neutralidad entre la derecha y la izquierda? De ningún modo. Creemos que conviene precisamente denunciar en el "conservadurismo" su inversión de valores y su fidelidad a los principios revolucionarios.Pero si alguien entiende por "derechismo" el auténtico espíritu de defensa del orden cristiano contra la Revolución anticristiana -y así lo entienden muchos que al atacar a la derecha defienden en el fondo el espíritu revolucionario-, entonces creo que no habría que hacer otra cosa sino proclamarse "ultraderechista".

Pero esto es precisamente a lo que la "derecha", conservadora de la Revolución, no se atreverá jamás.

Francisco Canals Vidal, de la Pontificia Academia Romana de Santo Tomás de Aquino y catedrático emérito de Metafísica de la Universidad de Barcelona. 1953.

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