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La turuta del Titanic

Paternalismo idiomático. Un artículo del prof Javier Fernández Fernández

Me han llamado la atención los resultados de la investigación del Gremio de Editores de Cataluña sobre Hábitos de lectura y compra de libros en Cataluña, publicados en el número 603 de GU.

 

 

El estudio pone de manifiesto que el castellano es el primer idioma de lectura en Cataluña. Según el señor Antoni Comas, Presidente del Gremio,“esto no debería ser así”, ya que “el peso de los libros que se compran en catalán es tan solo un 15% en Cataluña, pero debería aumentar a un 30%”. Y concluye que “todo el que se ha formado y se está formando en catalán debería leer en catalán también“.

 

 

Tenía entendido que el objetivo de los gremios era representar, gestionar, fomentar y defender los intereses generales del sector, la libertad de edición, la libre circulación del libro, los derechos de autores y editores, perseguir la competencia ilícita o desleal así como la reproducción ilegal del libro y la piratería y, en última instancia, promover que los editores y libreros satisfagan la demanda de los lectores, no el de imponer a los lectores el idioma en que deben leer.

 

 

En su intento de encontrar una explicación a la conducta, al parecer indebida, de los lectores, opina que “hay más costumbre de leer en castellano porque durante mucho tiempo en Cataluña ha estado prohibido el uso del catalán, con lo cual no hay cultura catalana”. Contrasta esta explicación con el hecho, puesto de relieve en la misma investigación, de que “los mayores de 25 años emplean más el catalán que los jóvenes universitarios”, cuando toda la vida de estos últimos ha transcurrido en una época de fomento del uso del catalán. Este contraste me trae a la memoria un artículo de Baltasar Porcel en el que afirmaba que, durante el franquismo, los escolares se expresaban en castellano dentro del aula y se comunicaban en catalán en el recreo, situación que se había invertido durante la democracia. La explicación más plausible de tal paradoja sería la existencia de un rechazo instintivo a una intromisión en conductas estrictamente personales. Algo así argumentó Juan Manuel Serrat en una reciente entrevista: “cuando alguien me impide cantar en catalán, no hago más que cantar en catalán; igual que cuando alguien me impide cantar en castellano no hago otra cosa que cantar en castellano”. Respondería esta explicación al natural rechazo social al paternalismo injustificado que pretende, como afirma Victoria Camps, imponer una ideología en nombre del bien común. Conste que la explicación que propongo no es una tesis; ni siquiera una hipótesis, sino una mera intuición.

 

 

Se presenta con frecuencia como contrario al bien común el peligro de desaparición de algunos idiomas. No censuro a quienes lamentan o temen tal peligro; el idioma nos acompaña desde la cuna, hemos compartido penas y alegrías con familiares y amigos y es elogiable el amor que por él se siente. Yo mismo leo preferentemente en castellano porque así lo hago desde mis primeros balbuceos, lo cual no me impide leer y escribir en catalán aunque con menos frecuencia y mucho menos en inglés porque necesito la proximidad del diccionario. Pero si algún día desapareciera el castellano, como desapareció el latín como vehículo de comunicación, sería por la libre aceptación de mis descendientes, que no tengo por qué contradecir. Imposible no lo es: en el mismo número de GU he podido leer el siguiente anuncio: “Si krs sr 1 d ls nuetrs, ntra aor n http: jobsite.pwc.es” Por algo se empieza.

 

 

Joaquín Fernández Fernández es Profesor Emérito de la Universidad de Barcelona

 

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